Se están cumpliendo dos años desde que me embarqué en esta
aventura. Y me encanta. De corazón deseo que sean muchos más de aventuras en la
vida. Sea lo que sea.
Entre los 20 y los 30 mis aventuras eran más cortas. Mis ciclos
eran de entre 6 a 8 meses. Esos eran los meses en que daba mis ciclos por
concluidos y luego de eso quería mudarme, renovarme, cambiarme de trabajo y de
ciudad.
“Vas a madurar”, me decían, y pensaba que me deseaban la
mala suerte. Le huía al mundo porque pensaba que madurar era vivir sin
aventuras. Y yo quería siempre sentir curiosidad.
Dicen que la curiosidad mata al gato. Y a mí me parece una frase
temeraria. Seguro que algo de verdad tiene, pero no creo que sea la curiosidad
la que nos mata…
Y la verdad que si voy a vivir una vida sin curiosidad,
prefiero morir, o sea, envejecer y morir.
Y como ni de envejecer ni de morir nos salvamos, y es la
propia naturaleza a que se encarga de cambiarnos el cascarón (fuera de otras circunstancias),
que viva la curiosidad por siempre. Que viva el asombro, las ganas de comerme
al mundo aunque el bocado se divida en cien masticaciones y los dientes ya no
estén sobrados de calcio.
Amo la vida y amo mi árbol de naranjo. Y mi árbol de naranjo
se está muriendo. Probé lo que tenía a mi alcance menos llenarnos de veneno. Le
pregunté a un ingeniero, tras rociarle neem, cebolla, enterrarle ajo y lavarlo con
jabón potásico, y me dijo que en la naturaleza si un árbol muere, muere.
Así tan como la vida misma. Nuestro árbol de la familia. Todos
los días le damos atención, pero todos los días está más seco.
Entre los 30 y los 40, y más cerca de los 40, nos toca acompañar.
Acompañar al árbol que se nos va, acompañar a los padres que se nos pueden ir o
simplemente se van, acompañar a nuestros hijos porque están creciendo,
acompañar a nuestros amores que están creciendo, acompañar la vida para disfrutarla
(o no), pero sobre todo acompañarnos. Aceptar a ser nuestra compañía.
Yo, cuando tengo estancada la curiosidad, soy una compañía
horrenda. Horrenda. Si te toca sentarte al lado mío en el viaje, mucha buena
suerte y que aprendas a tolerar a seres oscuros (o reflejarte).
Cuando estoy despierta y curiosa: vibro. Si te sentas al
lado mío vas a reír mucho o no, no sé. Yo me río mucho y lo disfruto y veo el
mundo como lo soñé.
Hasta que zaaaaaaaaaassssss……. Me cae una lección y es hora
de volver a aprender, en especial si la lección me duele.
Pero es constante el recorrido de ese espiral gigante.
Mis tiempos son más largos, y no quiero sonar a envejecida
si digo que más profundos. Quizás por eso este año me reconecté con macerados, con
fermentos, con el buen vino. Y si bien no son largos como para saborear
sabiduría alguna, son lo suficiente para reconocer el camino que me toca seguir. Que
tengo que aprender.
En estos tiempos que vivo, me toca el servicio. El servicio es
a mis hijos, a mi familia, a mis padres, quizás a mi madre quien tengo más
cerca.
Y me tocó sin planteamientos. Me tocó conectarme porque así
como mi árbol me avisa que necesita atención, así como poso mis manos en el
tronco del árbol para pedirle que sea fuerte y en especial decirle que lo
quiero, es momento de prestar atención a otros seres, a otras situaciones.
Y ese tiempo que dedico a algunas personas, o situaciones,
le resta a otras.
Me tocó decidir.
Y si bien decidir no es sencillo. Elegí o me tocó, no lo
defino aún bien, el camino del servicio.
Las Naranjitas, aventura increíble, se adapta a mi ser. Este
año alumbroso me ofrecieron y me tentaron con propuestas, este año alumbroso me
tocó sincerarme. ¿Qué quiero yo? ¿No es lo que hago la expresión de mi ser? ¿Adonde
quiero llevarlo?
Y mi ser está tan lejos de una empresa. Mi ser es cada vez
más libre y ni yo sé hasta donde quiere llegar, mi ser tiene un futuro curioso.
Y eso es lo que más amo de mi ser, lo único que incluso en los momentos
invernales me rescata, que me empuja cuando me quiero quedar, que me
incentiva cuando no tengo fuerzas, que me lleva cuando estoy suelta.
Y mi ser, aquel que estuve buscando entre los 20 y los 30, con
el que me encontré entre lágrimas a los 33 y desde ahí paso procesos tratando
de reencontrarme aunque sea por breves momentos, se expresa de tales formas que
no tengo idea adonde crecerá, adónde irá a ramificarse.
Pero hay pistas. Quiere un futuro con mayor aceptación sin
importar el tiempo, y un futuro más cómodo. Si más cómodo es valorar lo que
está más cerca, más asequible: lo que se brinda ante mis ojos, mi futuro está aquí.
Si mi futuro no lo sé, pero en mi presente amo jabonear y
jabonear y jabonear, mi futuro está ahí, traducido en jabones.
Si mi presente es de servicio y el tiempo que tengo de
libertad y creación lo dedico a hacer jabones, entonces mi futuro de hoy burbujea.
Si la materia prima me cae como maná del cielo, se me cuela y
me llena de ceras de abejas, propóleo y miel , mi futuro está ahí.
Si mañana está en otro lugar, mañana futuro será donde toque.
Y como ser que ama la vida, y respeta el futuro, no espera
nada sino digiere, vive, mi ser ansioso que solo se calma con un suspiro, mi futuro
está así, en proceso.
En proceso está esta aventura.
Las naranjitas se
transforma…siempre. Como el único oráculo que al momento llena mis incertidumbres:
El I Ching, el libro de las mutaciones.
Cayó un post místico. Pero mi luna cayó en luna llena me trajo
tanta información que no pude digerirla sola. Son los anuncios de cada luna. Motores
de aprendizajes del mes. ¿Digestiones quizás?
Se viene un futuro limpio y espumoso, pero más emoliente y
algo cremoso.
Como adelante dejo foto de este jabón de laurel. No es un jabón como los milenarios de Alepo de 9 meses de secado, es un jabón de laurel de 40 días de
secado, hecho con amor, en tierras guaraníes, por manos de una mujer que hoy
quiere simplemente aprender absorber la vida, aprender a macerar.
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