Los adornos del ex “presi”


Estaba en Paraguay hace seis meses preparando una publicación para la raza Nelore. En el contenido, iban a entrar pequeñas frases de todos los presidentes que pasaron por la asociación, un párrafo, dos cortos a reventar, pequeños mensajitos para los criadores y socios de la especie.

En la lista figuraba el ex presidente de la república, Juan Carlos Wasmosy. Recuerdo que cuando quise la entrevista casi me corta el teléfono diciéndome que estaba por viajar a Sao Paulo por unos días y que no.

Una semana después me llama la gerente de la asociación para avisar que ese día Wasmosy nos esperaba a las 8 de la noche en su casa para darnos la entrevista. “Pucha” pensé, “va a querer una página sobre lo que debe ser un simple mensajito de buena fe a los criadores”. Pero como no podía perderme la oportunidad de entrar a la casa del polémico ex presi, allí estaba alistada.

La casa de Wasmosy en Asunción llama particularmente la atención. Es una manzana entera y en las esquinas y medias cuadras tiene los puestitos de seguridad que hacen que uno siempre que pasa enfrente piense en un fuerte y hasta se intimide por las cámaras que filman a la gente que pasa por la acera.

Al intentar ingresar a la propiedad, los guardias nos hicieron esperar en la casita/oficina que tienen en la entrada, un dos ambientes con aire acondicionado, nada que un adolescente en vías de independencia desaprovecharía, y claro, un enorme cuadro del ingeniero con su banda presidencial y sonrisa blanqueada. Habremos estado una media hora mientras ellos se comunicaban por los Walky Talkies antes que nos dejasen entrar. Al aprobar el adelante nos dijeron donde estacionar el vehículo de la editorial que nos mandaba y nos hicieron dar una vuelta por el exterior de la casa guiándonos hacia la entrada principal que, a diferencia de la enorme cocina que estaba frente al puesto central de seguridad, estaba completamente cerrada.

Frente a la puerta de madera trabajada nos hicieron esperar otros minutos, ya que el guardia hizo el retorno del camino, entró por la cocina y desde dentro de la casa fue a la sala principal a abrirnos la puerta. Con Amadeo, fotógrafo y esposo, ya estábamos asombrados de la parsimonia pero nuestro asombro real vino después, cuando al abrirnos la puerta nos recibió una imagen jesuítica tallada. “Siéntense, pónganse cómodos” nos dijo muy amable el guardia, “el ingeniero ya viene”, y nos guió hasta una sala que bien podría haber sido pista de baile.

Los sillones de cuero rodeaban por los cuatro laterales una mesa que tenía función de las clásicas ratonas. Medía aproximadamente un total de tres metros de largo y uno y medio de ancho, era de vidrio con bordes de madera y completamente hermética, ya que sellaba con furia toda clase de reliquias de guerra. Sables, cañoncitos, cuchillos, granadas y bronce, oro y plata pero mucho, mucho bronce y mucho patrimonio cultural posiblemente proveniente de la guerra de la triple alianza y del chaco se exhibían en la mesa en la que usualmente apoyaríamos los bajos rango clase media, los pies mientras leemos una revista. Por supuesto, mis ojos de huevo frito aprovecharon con indiscreción la ausencia del ex presi para mirar a mi santo antojo, mirar a Amadeo y volver a mirar la mesa con ojos de huevo frito. Y él, claro, que ni me pelaba, aprovechó para sacar unas cuantas fotitos del museo que teníamos enfrente.

En eso oímos unos pasos, nos sentamos bien rectos en los sillones y cuando se acercó, nos paramos para saludar a Wasmosy. Una vez acomodados, empezó la entrevista que solo giró en base a la raza Nelore, su experiencia, consejos y demás. Otras dos personas estaban con él, formaban parte del comité técnico de la asociación y contribuyeron con datos vacunos. La conversación se limitó a eso. Una hora después, nos despedimos y camino a casa ni nos acordamos de las vacas, la sala de Wasmosy lo ocupó todo.

Cuando un presidente se va siempre queremos saber con que se fue, ya que no deja el Mburuvicha Roga con sus dos simples patas. Se habla de cuentas en Suiza, de robos y dinero que se va vía aeropuerto, de autos lujosos pero nunca pensé en las vidrieras de exposición en las salas de los ex presi. ¡Vaya que tenemos gobernantes amantes de la historia!

Calor


En Paraguay hace un calor de perros.

Lo saben los yuyeros. Lo saben los albañiles que paran en la siesta. Lo sabe el colectivero, los pies descalzos, los vendedores de ventiladores y aires acondicionados.

Lo saben los niños que se bañan en el río, los mennonitas, los indígenas, el Chaco, la sequía, los mosquitos, los que tuvieron dengue, los loros de Humberto Rubín, las señoras con baja presión, la piel, los desodorantes, los colchones pegajosos, las mujeres desnudas y las piernas con pantalones.

Lo saben los maestros, los que nunca vieron la nieve, los cortes de luz, los perros que buscan la sombra, los que llegan por aeropuerto, el que carga combustible, el que pedalea, el que camina, lo sabe la cerveza helada en la garganta y la ardiente mediterraneidad.

En Paraguay lo saben todos y todos sabemos lo mismo: Hace un calor de perros.

Fabricante de flautas

Mario estaba sudado de pies a cabeza. Sin remera dejaba a la vista un físico delgado pero fibroso. Sólo una bermuda desgastada lo cubría del leve viento de un ventilador que daba vueltas algo lentas para apaliar los grados de calor. La oficina, el piso de cerámica. Agachado y con las plantas de los pies bien apoyadas, tenía a su merced decenas de tubos de pvc por un lado y otra decena de palos de bambú por el otro. Con fuerza y obsesión tomaba una varilla, la envolvía con un papel lija que introducía en el bambú y empezaba a meter y sacar con tal fuerza que solo verlo era cansador. Adentro-afuera, adentro- afuera hasta encontrar la cavidad perfecta. Después, marcaba los lugares donde iban a estar los hoyos a lo largo del tubo y empezaba a taladrar. Nuevamente el papel lija recorriendo los orificios. Pepa pasaba por detrás, y zas, le lamía la espalda de paso, después se recostaba debajo del teclado en el extremo de la habitación. Mario, tomaba su naciente flauta y se acercaba al instrumento encima de Pepa y empezaba con una nota. Do do do do, y posterior a eso soplaba la flauta tratando de encontrar el sonido. Monótono, recurrente, obsesivo, solitario. Lijaba más hasta que salía perfecto. La barba de días, las ojeras, el sudor y el sonido. Re re re re re y el tubo cada vez más flauta.

Libro Vagabundear



La historia, narrada en primera persona, relata la inquietud de la autora por salir del Paraguay para recorrer y conocer otros sitios del continente Latinoamericano.

Tras desprenderse del trabajo, casa, familia y amigos inició un descubrimiento geográfico y a la vez introspectivo que le permitió un sentido pleno de la libertad. Sumado a añoranzas del país, le hizo adoptar nuevos conceptos de patria reforzando una identidad mestiza, característica en toda Latinoamérica.

Bordeando el mar atlántico hasta llegar a México, realiza un viaje-huida peculiar, amparado por una filosofía de busqueda, en la cual se cruza con las mas diversas situaciones, desde la paz de las playas, la incertidumbre ante conflictos centroamericanos como las FARC o las pandillas maras, al mundo rápido del periódico, medio en el cual trabajaba. Sin embargo, a pesar de estar lejos de casa, el Paraguay y sus costumbres, no dejan de acompañarla en cada página.