Si hay algo que solemos
comprar son huevos. Incluso en mi época de vegana no dejaba de comprar huevos
para mi familia. Siempre está la palabra en la lista que anotamos y siempre
olvidamos. Fue natural que teniendo lugar, hayamos pensado en tener gallinas
ponedoras. A partir de la idea, surgió
un nuevo mundo para nosotros. ¿Dónde duermen las gallinas? ¿Qué temperatura
soportan? ¿Dónde ponen los huevos? ¿Se necesita un gallo? ¿Qué comen? Y por
internet empezamos a hacer consultas, a leer foros sobre gallinas y a mirar
imágenes de todo tipo de gallineros, desde las jaulas hasta los spas avícolas.
Con unos postes
de madera que estaban en la casa y un tejido empezamos a levantar una casita
para ellas. No terminamos de poner la estructura (que nos llevó dos días) y el
primer tejido cuando el vecino nos cuenta que en realidad el gallinero tiene
que ser mucho más cerrado, que los pollitos son muy frágiles y hay que
protegerlos del viento y el fresco de la
noche. Con unas lonas reforzamos las
paredes del gallinero, para evitar cualquier filtración de agua pero seguíamos
dudando sobre como debía ser el piso y compramos unas maderas conglomeradas.