Proyecto de migración a la inversa: El desafiante viaje de dejar la ciudad



Cuando vivía en el campo, vi como mi vecino se fue desprendiendo de su tierra. En un año lo vi vender primero un lote y luego otro. La última venta la realizó porque quería un futuro distinto para sus hijos. Una mujer le ofreció por cinco millones de guaraníes darle un puesto en la policía a la hija, que acababa de terminar el bachillerato. Él no lo dudó y apostó su última carta, quedándose solo con el terreno donde se levanta su casa. Tras cobrar la suma, la desconocida desapareció de la faz de mi vecino, y él se sintió doblemente estafado: Perdió su tierra y los sueños de sacar a su hija de la vida rural.

Anualmente, crece la tendencia de personas que migran del campo a la ciudad, encontrando, probablemente, más hambre en la urbe. Personas que por generaciones trabajaron la tierra, se quedaron sin más alternativa que emigrar al lugar donde las semillas nunca germinan, a un medio de asfalto. Encontrar trabajo en las afueras de las ciudades fuertes de Paraguay es una verdadera odisea. Por eso, cuando vivíamos en las afueras, no trabajábamos allí. Teníamos que hacer recurrentemente los viajes hasta la capital. Dormíamos en las afueras de la ciudad pero trabajábamos y vivíamos en Asunción. Casi diariamente teníamos que repetir una y otra vez el mismo camino. Nuestra calidad de vida era mil veces superior cuando vivíamos en la ajetreada Ciudad de México, a pocas cuadras del trabajo, sin el estrés del recorrido constante. Con tanto desgaste que nos producía la falsa calma, decidimos que esa vida, así como la estábamos llevando, no era para nosotros.