Migrantes


En Zacatecas la gente es solidaria con los migrantes. “Por cada zacatecano que ves, tres están en Estados Unidos”, me dijeron una vez. Y ha de ser cierto, porque cuando llegaron las fiestas de fin de año el flujo automotor se triplicó y las patentes eran de Texas, California y Houston. Cuando algún zacatecano pasa por las vías del tren, irremediablemente deja alguna moneda a los amigos que esperan el aventón al norte.

Los de Migraciones los tienen fichados. Saben el lugar donde están y cada tanto pasan a verlos. A veces se llevan a algún indocumentado, otras los dejan estar. En su mayoría son hondureños, salvadoreños o guatemaltecos, aunque siempre se hagan pasar por mexicanos, lleven tatuada en el brazo la bandera mexicana y sepan el Himno Nacional.

- “¿Es verdad que les piden que canten el himno mexicano?”, aproveché para preguntarle a un funcionario de migraciones cuando fui a buscar el anhelado FM3 (documento de radicación).
- “No, ya no”, me contestó.
- “¿Y cómo los identifican?
- “Les hacemos preguntas de su ciudad, de geografía. A veces nos dicen que no saben nada y como no portan documentos no podemos hacer nada hasta que se delaten solos, al decir una palabra de su país que acá no se conoce. Hablando nos damos cuenta, pero tenemos que tener mucho cuidado, no sea cosa que detengamos a un mexicano”.

Cuando vivía en Cancún yo estaba como turista aunque tenía empleo. Tenía una compañera fotógrafa de ascendencia rusa que estaba haciendo una cobertura en la terminal ADO cuando llegaron dos agentes de migración y la tomaron del brazo, tratando de llevársela. Enfurecida, le gritó a uno: “¿Adónde me vas a deportar cabrón? ¿Al DF?”. El reportero que la acompañaba escuchó los gritos y mostró su credencial a los agentes y rescató a la Jeru que no portaba la suya. Los agentes se querían matar y no sabían como enmendarse.
- “Acá tenemos detenidos”, me cuenta el de migración y me devuelve a la realidad.
- “¿Acá, dónde?” De afuera las oficinas parecen de una sola planta y pequeñas.
- “Esto es un edificio, hay tres pisos más abajo”.
- “¿Sí?”
- “Sí. Es muy fuerte esto. Ellos para viajar venden todo lo que tienen en su país y cuando los detenemos nos dicen que les estamos robando un sueño. Cada migrante es para hacer una película”.

Días después un señor me contó que es amigo del dueño del edificio donde está Migraciones y que antes, hace muchos años, era un antro. “Estaba muy padre”, me dijo, recordando los subsuelos donde se bailaba y que ahora son escenario de horas interminables para los hombres, mujeres y a veces niños, que esperan ser trasladados al DF para su próxima deportación.

Hace unos años, en Guatemala, viajé con un montón de indocumentados. Mi esposo y yo teníamos documentos pero como queríamos ir al estado de Quintana Roo y de ciudad de Guatemala solo teníamos dos alternativas por tierra: Ir a Chiapas con el Ticabús o viajar a Belice y pagar la visa de 60 dólares por cabeza para cruzar por ahí. Pero estábamos buscando una alternativa más directa y barata. Un rasta mexicano que conocimos en la zona 1 de la capital nos habló de Flores, lugar hasta donde el mapa marcaba la ruta. Nos dijo que de allí podríamos tomar un bondi hasta El Naranjo y cruzar en lancha el río Tenosique para entrar a Tabasco, México.

Lalo fue el único que sabía del trayecto y seguimos al pie de la letra sus indicaciones. En Flores tomamos el autobús tal como nos dijo, junto a otras dos personas. Cerca de El Tikal el ómnibus paró y una hora después llegó otro autobús atiborrado de personas que se bajaban a prisa para ir subiendo al transporte en el que íbamos nosotros. Uno a uno fueron ocupando todos los asientos hasta que ya no hubo más lugares vacíos y se acomodaron en los pasillos. Terminamos abarrotados.

“¿De dónde vienen?”, preguntamos. Y venían de Nicaragua, El Salvador y Honduras. Ellos estaban tomando la ruta de los ilegales, los sapos de otro pozo éramos nosotros. Casi todos ya habían hecho el trayecto, tal es así que cuando llegamos a El Naranjo nos dijeron donde podíamos hospedarnos. Los Mojados eran tan esperados en los comedores y hoteles de El Naranjo así como son esperados los springbreakers en Cancún.
Fue grato estar ahí, en un pueblo sin documentos donde los únicos perdidos éramos nosotros, tanto, que el dueño del hospedaje se ofreció a llevarnos al puesto de migración, que quedaba bastante lejos. Cuando los funcionarios nos vieron llegar les dio curiosidad, y mientras nos sellaban los pasaportes nos preguntaron de todo, en especial qué hacíamos allí.

Quien sabe realmente que hacíamos allí pero fue genial. Volvimos al pueblo y nuestros amigos nos compartieron su ruta. Al amanecer tomarían una lancha que los dejaría a una hora de los puestos de migración mexicanos y caminarían como tres días por la selva. Les deseamos el mejor de los viajes.

Cuando pienso en los detenidos de Zacatecas me da pena pensar que tras tantos esfuerzos algunos no llegan adonde quieren, y no quiero ni pensar en los heridos de las vías. El mundo está lleno de fronteras y me encanta imaginar que todos logran burlarlas.