Ella

Conocí a una mujer exquisitamente rara. Ni bien la vi abrió una botella de vino, puso un disco de salsa y no calló más. Ella se puso a recordar en voz alta y me cautivó. Con sus monólogos interminables cualquiera podría pensar que estaba loca pero sólo estaba sintiéndose un poco viva entre tanta memoria que pudría el alma. Supongo que se llama dolor. No creo que sea más que el dolor el que nos lleva a hablar y hablar y a contar historias que rodean la parte turbia que intentamos ignorar, que nos lleva a dar círculos interminables y a nunca mencionar la llaga aunque tengamos el dedo apretándola.

Así son los viajes. Ella, la mujer que ahora recuerdo vivió treinta años en otro país, tras una penosa huida del Paraguay de la que nunca me habló. Yo sólo la conocía como una de las tantas exiliadas que progresó lejos de casa, gracias a su fortaleza, su empuje, a tanta vida. Pero quiso volver, después de treinta años decidió que ya era hora de volver a casa, que ya era hora de enfrentar los fantasmas, que ahora podría hacer algo sin tener que salir corriendo huyendo de torturas.

Volvió y la conocí durante un breve tiempo. Por accidente cayó un libro en mis manos que contaba su historia, de cómo la habían torturado cuando era prácticamente una niña, de cómo pudieron sacarla de la cárcel, de cómo la enviaron lejos, muy lejos para que pueda olvidarse de todo y hacer una vida en otro lugar. Todo lo hizo excepto olvidar. Uno nunca olvida, sólo tiene amnesias temporales. Ella lo demostró. Volvió y no pudo. No pudo por el sistema que no había cambiado mucho, por los amigos de ayer que hoy se transformaron en desfachatados, por los viejos amantes traidores, porque todo o nada cambió, porque volver no era lo que esperaba, porque no, no pudo y cada vez necesitaba más copas para poder dormir, más copas para poder pasar un buen rato o al menos un momento soportable.

Yo la vi pero en realidad no la conocí. Tan exquisitamente extraña, tan salvajemente en decadencia, me era imposible decirle algo y decidí huir yo, evadir tanto dolor y rencor. Traté de olvidarme de ella y de mi cobardía y de lo triste que es volver y no encontrarse con lo que uno espera. Abrir la caja de sorpresas y verla tan vacía con tanto aire, puro espacio.

Los días delatan que no se puede olvidar nunca nada, y las amnesias temporales duran poco o mucho pero acaban. La mía acabó. Yo la recuerdo y pienso en irme, en volver, en salir, en quedarme y pienso en mi familia y sus idas y venidas, en sus vacíos. Queda vivir con un pequeño espacio hueco y llenarlo con algo de amor y si el amor no lo llena, con algo de conversación, con cualquier cosa que nos haga sentir un poco bien.

A pesar de sus éxitos, a pesar de su estimulante vida, a pesar de todo lo lindo, a ella se la comieron los fantasmas.

"Pobre, seguro que extrañás"

Siempre es lo mismo. Cuando voy a la tienda, cuando empiezo un trabajo, en la parada del colectivo, hay alguien que me afirma a modo de pregunta “seguro que extrañas”. Y siempre contesto con un “sí, claro" de manera automática, para no parecer insensible.
Es más facil decir sí a decir más o menos o a veces, que tendría que venir seguido de una explicación.

Si vivo lejos es porque quiero, no por exilio económico (aunque en parte sí), ni social (aunque en parte sí), ni tampoco porque no extrañe (aunque en parte sí). Es un poco de todo pero más que nada porque tengo ganas, tengo ganas de cambiar de aire aunque sepa querer, encariñarme, pero me aburre amanecer todos los días en el mismo sitio aunque eso no impide que adore a mi familia y amigos.

El tedio es tan plomo como lo sería tener el mismo trabajo por años, la misma casa, los mismos vecinos aunque eso implique ir siempre de costado y no para adelante en términos que tampoco me sacan el sueño.

Cuando llegan las fiestas de fin de año la historia se repite. Algún alma piadosa extiende una invitación porque no quiere que pasemos solos las celebraciones, pero no saben que nosotros disfrutamos muy especialmente pasar las fiestas así. Amadeo y yo somos hijos de padres separados y siempre fin de año era un dilema, teníamos que dividir con quien pasar la navidad y el año nuevo cuando en el fondo queríamos pasar esos días en nuestra casa, tranquilos y si es posible en pijamas. No nos importaban los regalos, ni emborracharnos, ni el pavo ni los primos. Sólo queríamos un día lo menos complicado posible.

Hay momentos de inevitable añoranza, que tengo la necesidad imperiosa de un abrazo materno, un mate con amigas que ya casi son hermanas, acariciar a mi perro. Pero un tiempo en cada lugar es tan benéfico como abrigarse en el invierno y tomar más agua cuando empieza el calor. Eso no lo cambiaría por acumular cosas, ni fotos, o años de estabilidad laboral.

Estamos llenos de estereotipos. Yo creía que todos los migrantes viajaban por necesidades económicas pero me sorprendió conocer a muchísimos que lo hacen por la aventura. Lo ratifican yendo y viniendo casi sin cambiar de equipaje.

No todos buscamos lo mismo y la mayoría de mis respuestas son un más o menos.