Armando y el terremoto del 85



Todos hablamos de los terremotos. No terminábamos de digerir lo de Haití cuando se vino el de Chile. Y entre tanto movimiento mi cabeza recordó a un buen amigo, el pintor Armando Desigaud, uno de los pocos sobrevivientes en su escuela cuando en setiembre de 1985 a todos sorprendió el terremoto en México. Armando fue la primera persona que conocí que había vivido un terremoto. Eso fue hace cinco años cuando vivíamos en Cancún. Claro que había escuchado historias pero no en primera persona, después vinieron más relatos porque en México hay muchos relatos sobre eso, pero hasta el día de hoy el de Armando es el que mejor recuerdo.

En el 85 Armando tenía 14 años. Fue a estudiar como un día cualquiera y cuando empezó el temblor todos los niños hicieron lo que les habían enseñado: ponerse bajos los pupitres, tirarse al suelo. Él salió del aula corriendo y se puso contra la pared en el pasillo de la escuela. Inmóvil esperó a que terminen esos eternos dos minutos que cambiaron su vida para siempre. Al terminar no se entendía más que la muerte. “Allí murieron mis amigos, mi mejor amigo”, me dijo una vez. Allí murieron todos menos tres.

A partir de aquel episodio la salud cambió. Empezó a tener problemas en el corazón y los médicos no podían encontrarle la causa exacta. Le faltaba el aire y hasta propusieron operarlo usando como argumento que si no no iba a legar a los 20 años. En contra de todos los consejos médicos, empacó y se fue de viaje. “Fui al desierto y conocí el peyote. El peyote me salvó la vida”.

Aseguró que el peyote le permitió viajar adentro suyo, mediante esa exploración entendió que sus problemas del corazón derivaban de traumas. Así decidió mudarse del DF y coincidentemente sus problemas de salud nunca más vovieron.

Cuando lo conocí, él y su mujer vivían en un departamento repleto de pinturas y era grato ir a visitarlos. Tenían un gato que un día llegó semi moribundo tras una trifulca y él se introdujo en el mundo de los felinos domésticos, llegando a pintar una serie que particularmente me gusta mucho (una de sus pinturas de la serie ilustra esta entrada), sobre los gatos en la noche.

Al poco tiempo nos pegó el huracán Emily en las costas de Quintana Roo. Fue nuestro primer huracán. Pocos meses después mi esposo y yo viajamos. Fue un lunes cuando volamos y tres días después pegó el huracán Wilma. “No regresen” nos dijo dos meses después Armando por teléfono, “Esto es un desastre”. Pero no le hicimos caso y regresamos. El día que llegamos salimos a caminar y en el Parque de las Palapas que ya no tenía una sola palapa me senté y lloré, a conciencia que lo que veía no era nada en comparación de lo que pasó.

Cuando nos reencontramos con ellos nos contaron de las faltas de agua, alimentos, trabajo, turistas y de cosas, ya que tuvieron que tirar gran parte de sus pertenencias: la ropa humedecida al grado de hacerse inservible, los artefactos eléctricos quemados, algunas obras arruinadas. Pero también nos mostraron muchas pinturas nuevas, surgidas a raíz de esa experiencia.

Al final todos nos terminamos yendo de allí con algunas experiencias más en el bolsillo. Rercuerdo a Armando y sus mudanzas y pienso que no tenemos muchos lugares donde correr. Algunos lugares tienen terremotos, otros huracanes y maremotos, otros carteles de narcotráfico. En ciertas zonas morimos de calor y en otras de frío. Nos mata el tráfico y en ciertos pueblos el aburrimiento. Huimos de un desastre pero nos persigue otro. Afortunadamente hay gente como Armando, que pese a todo con su pincel llena los episodios de color.