Otra de Lucky Luke

Lucky Luke

Tengo muy pocas cosas. Uno cree que con los años acumula más pero yo resto. Lastimosamente no podemos cargar de más en los viajes y soy una ferviente creyente en la consigna “mientras más liviano mejor” a la hora de viajar.

No es fácil para mí desprenderme, uno rápidamente acumula ropas, muebles, utensilios de cocina, electrodomésticos, y a la hora de partir hay que seleccionar cuidadosamente lo más importante, restringirse sólo a eso. Y así como no son fáciles las despedidas, no es fácil vender y regalar las cosas más lindas que generalmente terminan siendo las más inútiles, como adornos, cuadros y mágicos libros pero imposibles de llevar.

El último viaje Amadeo y yo viajamos sin nada, porque preferimos que en los pocos kilos que te permiten en el avión estén las cosas de nuestra beba, sus juguetes, ropas, colchas, toallas. Atrás dejamos miles de recuerdos que a veces uno piensa en guardarlos, como ropitas de cuando recién nació, la cuna, la cómoda, su velador, a todo le tuvimos que decir chau a pesar de que pintamos o elegimos con un amor que va más allá de lo material, con un amor para Jade.

Sin embargo hay dos de las que aún no me puedo desprender aunque no viajen conmigo. Mi mamá es la guardiana de mis dos grandes bienes: Una máquina de coser que era de mi vieja y que tiene como 30 años y mi colección de historietas de Lucky Luke.

Lucky Luke era mi ídolo, y ni modo, sigue siendo lo más. Su final siempre perfecto cantando “I´m a poor lonesome cowboy and a long long way from home” del legendario tema de Pat Woods... no podía terminar de otra manera: lo genial no era que atrapaba a los Dalton, lo genial era que era tan libre que su casa era el camino y su vida recorrer el viejo Oeste. Morris y Goscinny eran unos capos.

Lograr la colección me costó bastante. El primer Lucky Luke que llegó a mis manos fue Billy de Kid, y lo había comprado mi hermano. Yo tenía diez años (casi 20 años de eso) y en esa época se conseguían las historietas los domingos en las plazas de Buenos Aires, en mi caso en el parque Rivadavia. Pero después, cuando fui a Paraguay, tenía que ir a El Lector cuando aún tenía un puesto en la plaza al lado del Shopping Villamorra y llorarle al hombre para que se apure con los pedidos. Los traía de a tres títulos y a veces justo traía los que ya tenía. En esas ocasiones volvía decepcionada, como si todo estuviera fuera de control.

Esa colección ha vivido mudanzas, fue una de las pocas cosas que llevé a la casa a la que me mudé con Amadeo, era como seguir siendo la misma, la misma que soñaba andar de viaje por ahí, pero después ya no la pude llevar conmigo y se quedó en la casa de mi mamá, archivada, donde vivió algunas torturas por parte de mis sobrinos y, hace no mucho, la visita del kupi’i (termitas). Fue hace un año, estaba en lo de mi mamá cuando encontré ese caminito de viborita en la pared, y que acababa con una puntería exacta detrás del estante de libros donde estaba mi colección. Susto atroz, Lucky Luke no podía tener ese final!

Tuvimos que vaciar todo el mueble, desinfectarlo y tirar varios libros que fueron comidos por los odiosos kupi’i. La colección se salvó raspando, algunos títulos fueron comidos en los bordes de las páginas pero nada más. La guardé lo mejor que pude aunque se que no está a salvo de nada, como nadie.

Quizás su destino no sea estar a la espera porque no tengo el desapego suficiente para pasarlo a otras manos. Está a la espera de que mi hija sea más grade y se la pueda mostrar, compartir con ella esa emoción que seguramente, si sigue en pie para ese momento, le parecerá del viejazo total.

Me encantaría ser coleccionista pero no puedo, seguramente no está en mi tonali. Las cosas no se quedan conmigo mucho tiempo y hasta ahora solo mantengo dos, una máquina de coser que me regaló mi mamá y la colección de Lucky Luke.