El tío Cacho

De niña mi ídolo era el tío Cacho. Realmente no era mi tío, era el sobrino de mi papá pero como era más grande que él iba a ser medio ridículo decirle primo. El tío Cacho era lo máximo, tenía en el antebrazo derecho un corazón flechado, y era un tatuaje como los de los carceleros, hecho por manos inexpertas y con tinta china. Llegaba y le pedía ver su tatuaje que me hacía pensar que mi tío era como un héroe marinero y aventurero.

Pero él no era marinero, era farmacéutico, usaba un delantal blanco y trabajaba en una farmacia sobre Avenida la Plata a tres cuadras de la Av. Rivadavia y a dos de la casa donde viví de chica. Cada vez que pasábamos por ahí mi madre me avisaba que el tío estaba trabajando y que no le rompa los cocos, pero cada vez que pasaba por ahí yo no paraba de joder hasta que me llevara a saludarlo. En la farmacia siempre había filas de personas y era una farmacia de los 80, cuando aún el mostrador era de madera oscura barnizada y adentro olía a mezcla de medicamentos y no a perfumería y golosinas como las de ahora. A mí me encantaba el olor de la madera con los medicamentos, y como no llegaba a la parte alta de la mesada mi mamá tenía que alzarme y yo le gritaba “Hola tío Cacho” y esperaba mi abrazo. Pobre tío Cacho, las vergüenzas que le habré hecho pasar.

Pero mi tío era lo máximo. Casi tan cool como el tío de Cecilia. Cecilia tenía un tío tan canchero que se llamaba Carlos y le decían Charly, y como mi tío, tenía bigote pero bicolor. ¿Qué te canta Charly?, le preguntaba a Cecilia, y se ponía a cantarme “Mr. Jones y pequeñas semblanzas de una familia tipo americana”. Cuando iba a su casa, al abrir la puerta nos recibía una foto enorme del hermano de su papá tocando la guitarra. Y ella entraba en el mismo orgulloso trance que yo tenía cuando olía los fármacos y la madera del trabajo de mi tío.

Mi tío cocinaba como un dios y el suyo cantaba el himno nacional formato rock, el mío tenía un tatuaje de tinta china y el suyo se bajaba los pantalones ante un público feroz. Nuestros tíos eran unos grosos.

Tal es así, que esos años en Buenos Aires, sin más parientes que mi tío y su familia, soñaba con tener más tíos, primos y abuelos cerca. Los tenía pero todos vivían en Paraguay y casi ni los conocía. Pensaba que allá me esperaba un mundo lleno de tíos Cachos, con bigotes, tatuajes y delantales.

Cuando terminó la dictadura en el Paraguay y mi padre liberal pensó que era la hora de volver, conocí a varios de mis parientes y me llevé una gran decepción. No tenían nada de mi tío genial, nada. Por lo contrario, me encontré con primas chusmas, tías odiosas y tíos con la nariz roja de tanto alcohol en las venas. Cuando iba a visitar a mi padre y los veía terminaba sintiéndome tan decepcionaba que opté por no ir más. En la familia de mi madre zafaba uno, el tío Carlos, hermano de mi abuela. Vivía al lado de mi casa, también tenía bigotes y un auto viejo amarillo que manejaba como un animal. La mujer le escondía las llaves para que no salga a las calles pero él se ofendía y las terminaba encontrando igual. No es que andaba como loco, es que no veía nada, era un Mr. Magoo al volante.

“Allá va el tío”, me señalaba mi madre y lo veía doblar sin mirar, y escuchaba los bocinazos y los insultos. Un día su auto amarillo quedó bajo un colectivo y no lo pudo reparar más. Se acabaron sus años de manejo.

-“Vamos a visitar a tu abuela”, me decía mi madre.
- ¿Va el tío?”, le preguntaba,
- “No”.
-“Paso, paso”.

Pero si el tío iba yo estaba enlistada en un dos por tres. A la hora de la siesta mi abuela y mi madre iban a acostarse pero mi tío tomaba el diario, yo preparaba un frío tereré, sacábamos las sillas al patio y charlábamos horas y horas. Adoraba al tío Carlos pero el se murió como se muere la gente y las visitas a lo de mi abuela con primos, primas y demás también se volvieron tan tristes que opté por no ir más.

Hace menos de un año a mi padre le pusieron dos by pass y todos sabemos que el hospital es punto de encuentro de las familias.
“Hay que estar acá,” me dice la hermana de mi viejo con su lengua venenosa,”porque no queda bien que vengan las amistades de tu papá y no haya ningún Fatecha presente”. “Mmmmmmmm” le contesté como vaca en el matadero, pensando que no sé que era peor, si estar como mi viejo adentro sobreviviendo la operación o en la sala de espera escuchando semejante frase.

Tengo una familia numerosa, pero en semejante familión reivindico a mis dos tíos que no eran tíos. Ahora comprendo a mis amigos de Buenos Aires que se quejaban de esas visitas familiares que para mí eran soñadas. Definitivamente los buenos tíos son pocos y cuando aparecen habría que aprovechar la ciencia y realizar algunas cuantas clonaciones.

2 comentarios :

  1. Buenísimo este texto Mariel. También tengo un tío Cacho y es como un padre para mi.

    ResponderEliminar
  2. Que hermoso texto...y lo mejor, que hermosa experiencia, creo que en la vida de todos hay un tio predilecto, que nos escucha, nos hamaca en sus rodillas o nos pellizca los cachetes cariñosamente,me transportaste a mi infancia, recordandolos. Gracias.

    ResponderEliminar